sábado, octubre 20, 2012

Hablar, hablar, hablar

Según la revista Ethnologue, en el año 2009 existían 6909 lenguas en todo el mundo, si bien el número de idiomas hablados en el mundo es difícil de precisar por varios factores; el más importante es que no existe un criterio universal que permita decidir si dos formas de hablar con cierto grado de inteligibilidad mutua, deben considerarse dialectos de un mismo idioma histórico o dos lenguas diferentes.


Algo que resulta llamativo es que 389 (o casi el 6%) de las lenguas del mundo tienen al menos un millón de hablantes y representan el 94% de la población mundial. Por el contrario, el restante 94% de las lenguas son habladas por sólo el 6% de la población mundial.
Por países, pueden establecerse mapas lingüísticos, como este de España tomado de Muturzikin.


Es interesante esto de la lingüística histórica y la clasificación filogenética de las lenguas en nuestro planeta, y como se puede establecer la evolución idiomática por comparación entre las diferentes lenguas. No resulta de extrañar que para los lingüistas este hablar, hablar, hablar con que hemos titulado la entrada de este post, resulte algo tan fascinante como lo es el Manuscrito Voynich, un misterioso libro ilustrado, de contenidos desconocidos, escrito hace unos 500 años por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, el denominado voynichés.


(Fuente: Wikipedia)
Pero lo más curioso es que no parece tratarse de un idioma inventado por su desconocido autor, ya que sigue la denominada ley de Zipf, según la cual la longitud de las palabras es inversamente proporcional a su frecuencia de aparición. El español la cumple sobradamente. ¿Cuántas veces os encontráis en un texto la palabra esternocleidomastoideo? Bueno, en un atlas de medicina unas cuantas veces.
Lo llamativo es que las denominadas lenguas artificiales, a las que quería llegar, no cumplen la ley de Zipf. Las lenguas artificiales, dejando a un lado aquellas que surgieron para intentar racionalizar la comunicación humana, como el esperanto o la interlingua, la mayoría surgieron por motivos artísticos o estéticos.
La afición por la lingüística del escritor J.R.R. Tolkien le llevaba a construir idiomas, desde temprana edad, en base al idioma de turno que estudiase en aquel momento. Pero sus dos grandes logros fueron, sin duda alguna el sindarin y el quenya, lenguas élficas para la recreación de sus grandes obras literarias El Señor de los Anillos o el póstumo Silmarillion. Tolkien, como devoto católico que era, llegó a traducir el Padrenuestro al quenya, publicado en el número 43 de la revista Vinyar Tengwar y en español por la revista Axxón.


He aquí en escritura tengwar y su equivalencia en caracteres latinos:


Átaremma i ëa han ëa
na aire esselya
aranielya na tuluva
na care indómelya cemende tambe Erumande
ámen anta síra ilaurëa massamma
ar ámen apsene úcaremmar sív' emme apsenet tien i úcarer emmen.
Álame tulya úsahtienna mal áme etelehta ulcullo
násië.

Sobre lenguas artificiales se puede decir y contar mucho, porque otra lengua artificial, el klingon, tiene su aquél. Desarrollada por Marc Okrand para los estudios Paramount, como lengua vernácula de la raza klingon en el universo de Star Trek, se está convirtiendo en una lengua de uso bastante friki. Hasta Google tiene su versión de búsqueda en klingon.


Fruto del tirón que está teniendo el klingon es la aparición de libros escritos en este idioma como Klingon for the Galactic Traveler de Marc Okrand o la traducción a esta lengua del Hamlet de Shakespeare. Incluso el proyecto para traducir la Biblia al klingon es ya una realidad. En Amazon puede adquirirse en version kindle el Nuevo Testamento traducido por Joel Anderson.


Por no hablar del na'vi de Avatar de James Cameron y creado por el lingüista Paul Frommer.
Pero lo llamativo del auge de estas lenguas artificiales nos lleva nuevamente a J.R.R. Tolkien, quien consideraba los lenguajes inseparables de la mitología asociada a ellos. Así, en 1956 concluyó que las lenguas artificiales como el volapük, el esperanto, u otras, estaban muertas, más que otras lenguas ancestrales no utilizadas, debido a que sus autores nunca inventaron ninguna leyenda en esperanto.
Hablar, hablar, hablar. Pero que nuestra lengua, la lengua materna, transmita esa deliciosa y entrañable tradición oral de los cuentos y fantasías que nos contaban nuestros padres a la hora de irnos a la cama, alimentando nuestra fantasía y nuestro conocimiento del idioma.
¡Quien sabe! Alguien habrá por el mundo que le cuente cuentos a su hijo en klingon o en quenya.

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